Iñaki Fuentes

El lujo de escribir despacio

No sé si te has dado cuenta, pero vivimos rodeados de urgencias. Todo tiene que ser inmediato: las respuestas, las decisiones, los logros. La prisa se ha convertido en la medida de todas las cosas, como si no tener tiempo fuera la nueva vara para medir el éxito. Y, sin embargo, yo prefiero el tiempo lento. No el que se malgasta, sino el que se saborea.

Escribir, por ejemplo. Me niego a convertirlo en un sprint más dentro del calendario apretado de una vida moderna. Al escribir, quiero permitirme mirar las palabras, dejar que respiren. Es como ver llover: no puedes acelerar las gotas. Y, ¿sabes qué? No quiero.

Quizá escribir despacio sea un acto inútil. Pero en un mundo donde la utilidad lo consume todo, la inutilidad puede ser un refugio. Un espacio solo para nosotros. Algo que nos pertenece porque no responde a otra lógica que la de nuestra necesidad de pensar y de ser.

Te hablo de escribir, pero en realidad esto va de vivir. De no dejar que la velocidad de los otros decida por nosotros. De mirar la prisa a la cara y decirle que no tiene derecho a arrebatarnos lo más valioso: el momento presente.

Lo pienso especialmente cuando miro a mis hijos. Vuelan, casi literalmente, haciendo piruetas sin parar, como si el aire fuera su patio de juegos. Me admira esa ligereza, esa energía inagotable, pero también me recuerda lo importante que es detenerse para observar. Ellos son la velocidad; yo, el reposo que les da alas. Porque alguien tiene que estar ahí, con los pies en el suelo, marcando un ritmo distinto, el de la vida que se respira y no se atropella.

Hoy inauguro este espacio para escribir lo que quiero, como quiero, y al ritmo que quiero. No es un gesto heroico, pero quizás sea necesario. Es mi forma de resistir ante un mundo que corre tanto que parece no saber a dónde va.

Así que aquí me tienes, despacio, escribiendo. Si te animas a leerme, te prometo lo mismo: calma. Tiempo. Y quizás, si tienes suerte, algún pensamiento que valga la pena quedarse un rato contigo.