El reconocimiento más valioso del mundo
Mi hijo me acaba de recordar algo que ninguna reunión, ascenso ni proyecto estratégico puede igualar.
Puedes pasarte la vida corriendo detrás de objetivos profesionales, buscando el siguiente logro, la próxima meta, el siguiente paso en la escalera. Pero un día llegas a casa, dejas el portátil, y encuentras un dibujo como este: un simple “Papá te quiero mucho”, garabateado con lápiz, con corazones y figuras torpes. Y en ese instante, todo se recoloca.
Porque ahí no hay métricas, ni KPIs, ni ambición desmedida. Solo hay amor incondicional. El tipo de reconocimiento que no se mide en dinero, sino en lo que has sido capaz de sembrar en alguien que te ve como un gigante, como un rey con corona, aunque tu día haya sido un desastre y sientas que no tienes todo bajo control.
Nos han vendido que el éxito es una línea ascendente, cuando en realidad es un equilibrio inestable entre lo que perseguimos y lo que ya tenemos sin darnos cuenta. Ojalá recordemos más a menudo que, al final, los dibujos de nuestros hijos dicen mucho más sobre nuestro verdadero legado que cualquier presentación de PowerPoint.