Iñaki Fuentes

Los problemas entre socios no se arreglan con cervezas. Se arreglan con un puto pacto firmado.

Muchos emprendedores se lanzan a montar una startup como quien se va de Erasmus: entusiasmo, ideas locas, noches sin dormir y promesas que se hacen con la emoción del momento.

Luego llega el dinero. O peor: no llega.

Y ahí, donde antes había “confianza ciega”, aparece el silencio incómodo, las miradas torcidas y los mensajes de WhatsApp que nadie responde.

¿Por qué?

Porque nunca se sentaron a hablar en serio. Nunca redactaron un pacto de socios que dijera claramente qué pasa si uno quiere largarse, si hay que meter más pasta, si alguien deja de remar… o si simplemente se acaba el amor.

Nos da miedo hablar de eso al principio porque parece “de mal rollo”.

Pero lo realmente tóxico no es prever los problemas: es no hablarlos. Lo jodido no es anticipar un conflicto; es que te explote en la cara mientras finges que todo va bien.

Un pacto de socios no es un trámite legal. Es una conversación honesta. Una que evita amistades rotas, demandas, bloqueos mentales y proyectos que se van al garete por no haber sido adultos cuando tocaba.

Así que si estás montando algo, deja de hacer logos, pitchs y presentaciones molonas.

Siéntate y pregúntate con tu socio:

Y luego, firmadlo.

Hacerlo no mata la ilusión. La protege.